Certeramente, la página Web robertoshapes, en 2005
dedicó el día del patrimonio uruguayo al antedicho compañero.
El patrimonio es la herencia legada por nuestros ascendientes. Quienes conocen
ese día, de reciente expresión cultural pueden acceder a muchos
elementos de nuestra idiosincrasia. Pasado el tiempo, nos percatamos luego de
ver casas, cuadros y demás objetos del pasado, que se abría una
visión al pasado tangible. ¿Pero, como eran en todo sentido, quienes
nos precedieron? Ese otro cosmos, puede ser considerado el pasado intangible.
La Comisión del Pasado Histórico de la Nación, se ocupa
también de ello. Se refieren a las comidas típicas, bailes, juegos
infantiles, costumbres del campo y la ciudad. José P. Barrán explora
ese campo, dando cuenta de amoríos, moral, religión, de nuestros
abuelos. Recordar lo intangible, es también uno de los caracteres de
ser surfero: - “Pah, si hubieras venido ayer, que olas…”;-“
Y medirían más o menos…”;- “ Te acordás
aquella ola que corrimos en…”.
Bueno, con respecto a surfistas pioneros de la Banda Oriental, Jorge Boussac
representa un ineludible mojón de nuestra historia surfística.
Su pasión por el deporte es antológica. Cuando se “enganchó”,
se llevó algo más duradero que un tatuaje.
Su “ser” fue un instrumento en el cual resonaron melodías
de tal intensidad que su ayer podría datarse : a.S. y d.S. ( antes y
después del surfing). En el “Buseca”, apodo cariñoso
que nunca le molestó, están todas esas facetas, que distinguen
a un apasionado. Su casa paterna, en Juan María Pérez, se constituyó
en lugar de encuentros, transacciones, música, amor en serio y alegría
que no escatimó con quienes nos consideramos sus hermanos. Para los que
recuerdan las lecturas de Salgari, los corsarios, bucaneros, filibusteros, piratas
y otros aventureros del mar se reconocían como : “Hermanos de la
costa”. Así era Jorge, un hermano de la costa. En las mejores acepciones
del término.
Así como hoy se revaloran elementos criollos, este
personaje se ocupaba de tareas rurales en los campos familiares. A medida que
el deporte ganaba cada uno de sus átomos, la antítesis playa oceánica
versus campo adentro comenzaba a provocar severos cuestionamientos personales.
Inolvidable fue uno de esos días con algún auto familiar recorriendo
la rambla desde Atlántida a Parque del Plata. Jorge llevaba a todos los
fanáticos con sus acuaplanos caseros y aquellos trajes de neopreno de
Weiss o Cresi-sub. No era un Ford ni un Jeep, sino un aviso rodante de sardinas
en lata “Coqueiro”. Música, risotadas, y los ojos tratando
de ver la rompiente como perdigueros.
-“Chauuu….mirá ese pico” señaló el chofer
con su índice derecho acompañado de un volantazo que tuvo sus
efectos en varios vehículos estacionados.
El famoso “Chhhaaaauuu” de Jorge expresaba algo
extremo: fuera una ola, una chiquilina, o el desastre más inimaginable.
A esto corresponde el patrimonio intangible que nos pertenece. 100 % surfista.
Así como nuestras pisadas en la arena, o las ocasiones de comunión
con el mar, los surfistas somos tal vez representantes originarios del respeto
por el medio ambiente. Nada queda cuando dejamos el agua. Salimos con la sensación
del que sale del lugar al que pertenece y al cual volveremos. Así era,
(me cuesta verbalizar el pasado), el entrañable amigo. En abril pasado,
me tiré a correr unas olas en la barra del Solís Grande. Sol,
agua espectacular, olas divertidas. Estaba solo. ¿Sólo? Te cuento
que no, porque acostumbro decir: “Jorge, la próxima correla vos”
y veo la sonrisa de gozadera del amigazo cuando empieza a remarla.